Salto


        Buenos días a todos. ¿Os gustan los viajes en el tiempo? ¿Viajaríais atrás en el tiempo para cambiar vuestra propia historia? Leena lo hizo.


        Salto. Una mesa de comedor, una cocina al fondo. Un fuego de gas encendido. Una mujer inconsciente en el suelo. Las cortinas de la ventana que hay sobre el fregadero se mecen con el viento. Una súbita ráfaga más fuerte que las demás… Las cortinas aletean con furia. Una chispa que prende… Leena corre hacia ellas, pero no llega a tiempo de impedir que un fragmento de cortina caiga sobre la mujer tumbada en el suelo. Su ropa empieza a arder. Leena tropieza con una esquina de la mesa que se le clava en el costado, dejándola sin aliento y haciéndola tambalearse. La ropa de la mujer, un género barato y de mala calidad, estalla en llamas, pegándose a su piel. Las quemaduras son ya irreparables cuando llega junto a ella. No tiene sentido apagar el fuego. Se arrodilla y llora. En otra parte de la casa escucha una vocecita llamar a su madre. La reconoce. Es la suya propia, o lo fue.
        Salto. Una mesa de comedor, una cocina al fondo. Un fuego de gas encendido. Una mujer inconsciente en el suelo. Las cortinas de la ventana que hay sobre el fregadero se mecen con el viento. Una súbita ráfaga más fuerte que las demás… Las cortinas aletean con furia. Leena no lo piensa. Corre, usa la silla más cercana para propulsarse sobre la mesa y accidentalmente golpea la lámpara que cuelga del techo. Eso la hace perder el equilibrio y derrumbarse con estruendo sobre la mesa. La cortina empieza a arder. Una voz que conoce muy bien llama a su madre en otra parte de la casa, alertada por el ruido. Leena recuerda claramente que pasó así y no de otro modo. Se incorpora sobre la mesa, con los ojos nublados por el dolor y gatea hasta llegar al borde para luego correr hacia la cocina. Sin embargo, no llega a tiempo. La ropa de la mujer inconsciente ya está ardiendo. No puede hacer nada. Vuelve a llorar arrodillada a su lado, mientras la voz que fue suya vuelve a llamar a su madre desde otra parte de la casa.
        Salto. Una mesa de comedor, una cocina al fondo. Un fuego de gas encendido. Una mujer inconsciente en el suelo. Leena rodea la mesa a la carrera, pero los sucesivos saltos temporales la están mareando. No ve su juguete favorito sobre el suelo. Es un camión de bomberos. Lo pisa, tropieza y cae al suelo, golpeándose fuertemente la cabeza. Lo ve todo negro. En medio de la conmoción, oye cómo el fuego empieza a extenderse sobre la ropa de la mujer inconsciente. Cuando llega a su lado, no puede hacer nada por ayudarla o impedir lo peor. Desde otra habitación de la casa, escucha su propia voz infantil llamando a su madre. Llora.
        Salto. Una mesa de comedor, una cocina al fondo. Un fuego de gas encendido. Una mujer inconsciente en el suelo. Las cortinas de la ventana que hay sobre el fregadero se mecen con el viento. Una súbita ráfaga más fuerte que las demás… Las cortinas aletean con furia. Leena corre en dirección contraria a la mesa y la cocina. Hacia el bebedero de Peludo que hay en la habitación contigua. Apenas ve a la niña jugando con el cachorro. La niña la mira. Ella vacila y un temblor sacude su cuerpo. Recuerda haber visto ese día a una extraña en su casa, porque siempre ha ocurrido así. Leena cierra de inmediato los ojos. Reza porque no sea demasiado tarde, porque aquella visión no tenga consecuencias… aunque sabe que no las ha tenido porque está allí y ha vuelto a saltar. Agarra el bebedero y vuelve a la carrera hacia la cocina. La ropa ya está empezando a arder. Vuelca el bebedero con furia, pero las llamas ya han prendido. Leena sabe que el daño es ya irreparable. Se arrodilla y llora de nuevo. Esta vez todo su cuerpo tiembla y una gota de sangre resbala de su nariz sobre el cuerpo de la mujer. Una voz que reconoce pregunta por su madre a su espalda.
        Salto. Una mesa de comedor, una cocina al fondo. Un fuego de gas encendido. Una mujer inconsciente en el suelo. Leena corre en dirección contraria a la mesa y la cocina. Hacia el bebedero de Peludo que hay en la habitación contigua. Cierra los ojos con furia para no distraerse y patea accidentalmente el bebedero, derramando el agua. Se deja caer al suelo y llora. Todo está perdido antes de empezar. Oye la pregunta apenas articulada de la niña que no ve. Recuerda a la extraña arrodillada ente ella y llorando. Sabe que pregunta por su madre. No puede responder.
        Salto. Una mesa de comedor, una cocina al fondo. Un fuego de gas encendido. Una mujer inconsciente en el suelo. Leena corre en dirección contraria a la mesa y la cocina. Hacia el bebedero de Peludo que hay en la habitación contigua. Cierra los ojos con furia y cuenta un paso de menos. Se agacha, agarra el bebedero y corre de vuelta hacia la cocina. Salta sobre la mesa, agachándose en el instante preciso para no golpear la lámpara. Se desliza de culo sobre la mesa y caer al suelo, derramando parte del agua, pero no toda. Vuelca el resto sobre la mujer que ya está ardiendo, apagando las llamas… justo antes de que el daño sea irreparable.
        Resuella, jadea, trata de acallar el atroz dolor de todo su cuerpo y los latidos desbocados de su corazón. Una voz que conoce pregunta por su madre en la habitación de al lado.
        —Ahora está bien, pequeña —se responde a sí misma, a la niña que fue, con un temblor, mientras comienza a sangrar profusamente por la nariz. Pero ya no le importa—. Nada irá mal de ahora en adelante.
        Y la Leena adulta, la Leena que perdió a su madre, se desvanece en el aire como si nunca hubiera existido.
        De hecho, nunca ha existido.

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