El jardín


        El tren de levitación magnética cortaba el paisaje sumido casi en el más absoluto silencio. Los bosques, los campos dorados por el otoño y los refulgentes lagos se deslizaban raudos del otro lado de la ventana, dejando en las retinas de Alhanna fugaces impresiones de color amarillo, verde, pardo y azul. Apenas se distinguían formas, sólo manchas cuyos tonos se entremezclaban los unos con los otros y, de cuando en cuando, el cegador reflejo de la luz del sol sobre el agua. El viento sin duda debía susurrar entre los árboles y sobre los campos, o deslizarse con un rumor sobre la superficie de las masas de agua que dejaban atrás, pero tampoco había sonido alguno a su alrededor, ni olores salvo el del suave ambientador que perfumaba el vagón con unas leves notas de arena caliente y salitre.

        Alhanna cerró los ojos y subió, con un leve movimiento de los párpados, el volumen de la simulación de traqueteo de ruedas metálicas sobre obsoletos railes que activaba en sus implantes auditivos siempre que viajaba en tren. Hacerlo era retro, lo sabía, de hacía al menos cinco siglos, pero el silencio la incomodaba y ponía nerviosa, siempre lo había hecho, aunque últimamente había ido a peor.
        Sobre todo desde que la Gran Migración habían terminado y ella y los otros se habían quedado solos en el planeta.
        Era consciente de que antes de que todo cambiara, en la era anterior al apogeo de la tecnología de los portales de tránsito que había llevado a la Humanidad tanto a diversas realidades paralelas como a otros planetas, la Tierra había tenido un grave problema de superpoblación y contaminación. En aquella época tan lejana habían estado al borde de un holocausto ecológico, a un paso de la extinción. Pero el ser humano se había salvado a sí mismo, había madurado, había crecido y había vuelto a empezar de nuevo en otros mundos esperando no cometer los mismos errores que casi los habían llevado a la muerte.
        También habían salvado a la vieja Tierra en el proceso, aunque a costa de perder el constante runrún de la tecnología, del ruido, del tráfico, de los gritos y el bullicio de la actividad humana más enfebrecida.
        Ahora la Tierra era todo lo contrario a lo que había sido entonces. Apenas tenía habitantes y las reservas naturales se extendían hasta donde alcanzaba la vista casi en cualquier dirección. La mayoría de las antaño grandes urbes estaban despobladas y habían sido invadidas por los bosques, la selva o el avance del mar. La cacofonía humana se había desvanecido no dejando tras de sí salvo el silencio de la naturaleza, su paz, su calma. Ahora solo podía escucharse el susurro de la vida animal, el ulular del viento, el rumor de los ríos y el eco del mar.
      Y Alhanna no soportaba aquel tipo de silencio. No soportaba la soledad. Así que se había aficionado no sólo a viajar durante días o semanas para poder hablar con los pocos que ahora quedaban en la Tierra, sino también a llevar su propia banda sonora de otro tiempo, de otra época, de una tal vez más triste, más oscura, pero que la hacía soñar, implantada en el cerebro.
        El reflejo del sol sobre el mar destelló entre los últimos árboles y Alhanna dirigió sus ojos hacia él y hacia la pequeña casita blanca y azul situada al borde mismo de la playa en medio de aquel paraje de ensueño. El vagón se llenó solo para ella del siseo de los frenos hidráulicos y el chirrido del hierro torturado mientras el tren frenaba al adentrarse a la estación hasta finalmente detenerse con un último crujido.
        La joven cyborg inhaló hondo y sonrío. Por fin estaba allí, por fin había llegado. Vacaciones. Las había esperado tanto durante el último año… Sus amigos la estarían esperando ya en la pequeña casita junto a mar, donde todos ellos pasarían un mes como en los viejos, buenos y bulliciosos tiempos industriales: bebiendo, comiendo en exceso, cantando y contaminando un poco.
        Pero sin excederse, por supuesto, al fin y al cabo tenían un planeta jardín del que cuidar. Eran los Guardianes de aquel mundo, los Protectores de la Tierra. Sus últimos habitantes.

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